Fátima Quesada de la Cuesta, desde sus comienzos en el oficio, deslumbrada por la riqueza cromática y compositiva de la azulejería nazarí, quiso centrar su investigación en la recuperación de las olvidadas técnicas que la hicieron posible: sus trazados geométricos, sus texturas, sus pigmentos naturales, la química de los óxidos metálicos y los silicatos… Gracias a esta labor, y tras pasar por la Escuela Taller creada por Donald Gray en Lebrija, en la que formó parte del equipo docente, establece su pequeño taller en Pitres (La Taha), encaramado en las lomas de La Alpujarra granadina y bautizado con el nombre de Alizares.

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Una vez revitalizadas y actualizadas estas técnicas, comenzó a crear mosaicos de azulejería únicos en el mundo. Son proyectos siempre diseñados expresamente para cada superficie, atendiendo no sólo a sus dimensiones, sino también al cromatismo y la iluminación de cada espacio. Se trata de composiciones cerradas, con un perímetro definido, de forma similar a las de un tapiz o una alfombra. 

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El proceso de producción comienza por tanto por la realización del diseño general. Sin perder las texturas y gradaciones cromáticas de esta tradición, Fátima trabaja en las piezas necesarias para la composición buscada introduciendo diversas actualizaciones que facilitan llevar un riguroso control de que la calidad de todas ellas es la buscada. Cada elemento es cortado antes de la cocción, utilizando una serie de plantillas que ella misma ha creado para tal efecto. Los bordes se cortan siempre a bisel, tal como se hacía en la azulejería tradicional granadina, de forma que las juntas entre azulejos se reduzcan en su cara visible a su mínima expresión, mientras que por su cara interior permitan al mortero de agarre penetrar bien entre las piezas, con lo que el mosaico de azulejos pasa a formar una única masa con el soporte, evitándose posibles desprendimientos futuros.